—¡Cómo quisiera vivir en los tiempos de la caballería!
—¡Los tiempos de la caballería! ¿Por qué?—preguntó Julia—. Sin duda porque un traje de la Edad Media le sentaría a usted bien?
—Muy fatuo me supone usted—dijo él con tono de amargura y de tristeza—. Me gustan esos tiempos porque un hombre que tenía corazón podía aspirar a... muchas cosas.... En definitiva no se trataba mas que de hendir un gigante para agradar a una dama. Mire usted: ¿ve ese gran coloso en la galería? Yo quisiera que usted me ordenase ir a pedirle el bigote, para darme en seguida permiso de decirle a usted dos palabritas sin que se disgustase.
—¡Qué locura!—exclamó Julia, ruborizándose hasta el blanco de los ojos, pues adivinaba estas dos palabritas—. Pero vea usted a la señora de Sainte—Hermine, descotada a su edad y con traje de baile.
—Yo no veo mas que una cosa: que usted no quiere escucharme, y hace mucho tiempo que lo advierto... Usted lo quiere, me callo; pero...—añadió muy bajo y suspirando—usted me ha comprendido.
—No, ciertamente—dijo Julia con tono seco—. Pero ¿dónde está mi marido?
Una visita muy oportuna la sacó de apuro. Châteaufort no despegó los labios. Estaba pálido, y parecía profundamente afectado. Cuando salió el visitante, hizo algunas observaciones indiferentes