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VIII

No poco contrariada se sintió Julia cuando, al entrar en P..., vió en el patio de la señora de Lambert un coche cuyos caballos desenganchaban, lo cual anunciaba una visita que debía prolongarse. Imposible, por consiguiente, entablar la discusión de sus quejas contra Chaverny.

La señora Lambert, cuando Julia entró en el salón, estaba con una mujer a quien Julia había visto en sociedad; pero a la cual apenas de nombre conocía. Tuvo que hacer un esfuerzo sobre sí misma, para ocultar la expresión del disgusto que experimentaba por haber hecho en balde el viaje a P...

—¡Ah, buenos días, querida!—exclamó la señora Lambert, besándola—; cuánto me alegro de ver que no me ha olvidado usted. No ha podido usted venir en mejor ocasión, pues espero hoy no sé cuánta gente que la quiere a usted con locura.

Julia respondió, con aire un poco cohibido, que había pensado encontrar sola a la señora Lambert.

—Se van a alegrar mucho de verla—prosiguió la señora Lambert—. Está tan triste mi casa desde el matrimonio de mi hija, que siento una gran satisfacción cuando mis amigos tienen la atención de venir a verme. Pero, hija mía, ¿qué ha hecho usted de sus hermosos colores? Se encuentra usted muy pálida hoy.

Julia inventó una pequeña mentira: lo largo del camino..., el polvo..., el sol...