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memoria? interrumpió Darcy. Se acuerda usted de nuestro tratado de alianza en casa de la señora Lambert? Nos habíamos prometido hablar mal de todo el universo; pero en cambio sostenernos mutuamente contra todos... Pero nuestro tratado ha corrido la suerte de casi todos los tratados; no ha sido ejecutado.

—¿Qué sabe usted?

¡Ay!, imagino que no ha tenido usted muchas ocasiones de defenderme; una vez alejado de París, ¿quién iba a ocuparse de mí?

—De defenderle... no... pero de hablar de usted a sus amigos...

—¡Oh, mis amigos!—exclamó Darcy con sonrisa algo melancólica—, no los tenía en aquella época o, por lo menos, que usted conociese. Los jóvenes que trataba su madre de usted me odiaban, no sé por qué, y en cuanto a las mujeres, pensaban poco en el señor agregado del ministerio de Negocios Extranjeros.

—Es que usted no les hacía caso.

—Es verdad. Nunca he sabidu ser amable con personas a quienes no quería.

Si la obscuridad hubiera permitido ver el rostro de Julia, Darcy hubiese podido ver que un vivo rubor se había extendido sobre sus facciones, al oír esta última frase a la cual ella había dado un sentido en que acaso Darcy no pensaba.

De cualquier modo, abandonando el terreno de los recuerdos demasiado bien guardados por una y ctro, Julia quiso llevarle a sus viajes, esperando