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Solo.

—Y la sociedad de las mujeres, ¿cómo es en Oriente? No le ofrece a usted ningún recurso?

¡Oh! Esta parte es la peor de todas. En las mujeres turcas no hay que pensar. De las grie, gas y las armenias, lo mejor que puede decirse en su alabanza es que son muy bonitas. En cuanto a las mujeres de los cónsules y los embajadores, permítame usted que no le hable de ellas.

Es una cuestión diplomática, y si dijese lo que pienso, pudiera causarme perjuicio en el ministerio.

Me parece que no tiene usted mucho cariño a su carrera. ¡Con qué ardor deseaba usted en otro tiempo entrar en la diplomacia!

—No conocía aún el oficio. ¡Ahora quisiera ser inspector de los fangos de París.

—Dios mío! Cómo puede usted decir eso? ¡París! ¡El sitio más fastidioso de la tierra!

—No blasfeme usted. Quisiera escuchar su palinodia en Nápoles, después de pasar dos años en Italia.

—Ver Nápoles, es lo que más quisiera en el mundo—respondió ella suspirando...—siempre que mis amigos estuviesen conmigo.

—Oh! Con esa condición yo daría la vuelta al mundo. ¡Viajar con los amigos! Es como si se quedase uno en su salón, mientras pasara el mundo por delante de las ventanas, como un panorama que se desenvuelve.

—¡Pues bien! Si es pedir demasiado, quisiera viajar con uno... con dos amigos solamente.