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lléveme usted a Santa Sofía, condúzcame por las montañas, al mar azul; querría ver los lugares en que Hero suspiraba." Después, cuando han pescado una buena insolación, se encierran en su cuarto y no quieren ver nada más que los últimos números de "El Constitucional".

—Lo ve usted todo por el lado malo, según su vieja costumbre. ¿Sabe usted que no se ha corregido? Continúa siendo tan burlón como siempre.

—Dígame, señora; ¿no estará permitido a un condenado que se fríe en una sartén, divertirse un poco a expensas de sus compañeros de fritura?

Le aseguro, que no sabe todo lo miserable que es la vida que llevamos por allá. Nosotros, los secretarios de Embajada, nos parecemos a las golondrinas, que no reposan nunca. Para nosotros no existen esas relaciones íntimas que constituyen la felicidad de la vida... me parece. (Pronunció estas últimas palabras con un acento singular y acercándose a Julia.) Desde hace seis años no he encontrado a nadie con quien pudiese cambiar mis pensamientos.

—¿Es que no tenía usted amigos por allí?

—Acabo de decirle que es imposible tenerlos en país extranjero. Había dejado a dos en Francia. El uno, ha muerto; el otro, se encuentra en América, de donde no volverá hasta dentro de algunos años, y si la fiebre amarilla no se queda con él.

—De suerte que está usted solo?