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tiempo había variado, el cielo estaba gris, y una lluvia fina y glacial anunciaba frío y humedad para el resto del día. Julia llamó con la campaInilla a su doncella.

—Mi madre está enferma—le dijo—; tengo que salir inmediatamente para Niza. Arregle usted una maleta; quiero salir dentro de una hora.

—Pero señora, ¿qué tiene usted? ¿No está usted mala? ¡La señora no se ha acostado!—exclamó la doncella, sorprendida y alarmada por el cambio que observó en el rostro de su ama.

—Quiero partir—dijo Julia con tono impaciente—; es absolutamente preciso que salga. Prepáreme usted una maleta.

En nuestra civilización moderna no basta un simple acto de voluntad para ir de un sitio a otro.

Hay que hacer paquetes, llevar cajas, ocuparse de cien preparativos enojosos, que bastarían para quitar las ganas de viajar. Pero la impaciencia de Julia abrevió mucho todos estos engorros necesarios. Iba y venía de cuarto en cuarto, ayudaba ella misma a arreglar las maletas, amontonando sin orden gorros y vestidos acostumbrados a que se les tratase con más miramiento. Pero su agitación contribuía más bien a retardar la labor de los criados, que a acelerarla.

— La señora ha avisado sin duda al señor ?pregunt tímidamente la doncella.

Julia, sin responderle, cogió papel y escribió:

"Mi madre está enferma en Niza. Voy a su