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fué fácil y grata, porque pasaban el estío en el umbráculo del jardín, defendidas del ardor de los rayos solares y la estación helada en el invernadero, donde no les molestaban los frios, ni el viento les imprimía dolorosos vaivenes.
Sin embargo, llegó un día en que las inocentes plantitas sufrieron la pena impuesta á los grandes criminales, pues fueron decapitadas... para ingertarlas. Al pronto creyeron morir, mas se salvaron al fin, porque las raices dieron agua y jugos de la tierra á las yemas del ingerto, y además disponían de algunas substancias orgánicas, de ésas que los arbolillos depositan á prevención en las celdillas de su tronco, convertidas en almacenes bien provistos, para la época de escasez.
Así se transformaron las yemas en ramillas con hojas, y éstas preparaban substancia vegetal, que enviaron á las raíces, para que pudieran ramificarse, producir nuevos pelos absorbentes y tomar más savia para las hojas.
Pronto las raices llegaron á la impenetrable barrera de tierra cocida, que forma las macetas, y se vieron obligadas, muy á pesar suyo, á rodear las paredes, á manera de ovillo, lo que no dejaba de serles molesto.
Desde entónces empezaron á sufrir escaseces; apenas se les proporcionaba el agua y el alimento indispensables para que no se mustiasen los