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pobres vegetales, que ya vivian contrahechos, pues el objeto del jardinero era que permanecieran siempre enanos.

A pesar de su pequeñez, uno de ellos llegó á producir algunas flores, lo que halagó su vanidad, y luego se regocijó más cuando se transformaron en bellos frutos. Ésto satisfizo al arbolillo, porque esperaba que acaso alguno de los huesos se desarrollaría al aire libre, produciendo una planta que no hubiera de soportar los tormentos y estrecheces de su progenitor, primero degollado, siempre medio emparedado y con el disgusto además de no ser un árbol, sino dos medios árboles, por que á la mitad superior no agradaban los jugos que le daba la otra mitad, ni á las raices los manjares preparados para ellas por los granos de clorofila de las hojas, que son las cocinas de las plantas, aunque otros, con más propiedad sin duda, los llaman pulmones y estómagos de los vegetales.

Una tarde de otoño, poco tiempo después de ponerse el sol y cuando más tranquilamente dormía el arbolito su primer sueño, le despertó una desagradable impresión de frío, debida á que una joven de amarillenta tez y ojillos inclinados, lavaba su tronquito, sus ramas, hojas y frutos, con una esponja rebosando agua. Luego revistió la maceta con sederías bordadas y fué