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Página:Don Diego de Peñalosa y su descubrimiento del reino de Quivira.djvu/102

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MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA

só, no obstante, por el interés manifiesto del Rey, que hizo abonar la suma adeudada, continuó los socorros al emigrado, y aun según se dijo, dispuso embarcación con que pasara á Jamáica, rumor que alarmó grandemente al Conde de Molina.

Ocurrió á este tiempo el ajuste de España y Holanda, que no agradó al gobierno inglés, y nombrado nuevo Embajador el Marqués de Fresno, con sistema opuesto al que seguía su antecesor, no perdió ocasión en la Corte de burlarse de los ofrecimientos de Peñalosa, y de persuadir que no merecía otro concepto que el de ignorante inofensivo, que en Madrid y en Indias se había granjeado, sin dejar por ello de estar á la mira y de aprovechar los periodos de escasez en prometer al aludido recursos con que salir del paso. Surtiera por sí solo efecto el proceder del Embajador, ó llegara como concausa el cambio de la política en Europa, el hecho es que cesando la subvención de la Corte, se vio Peñalosa cercado de acreedores y sin esperanza de que la verbosidad le sacara otra vez de la cárcel si entraba en ella, eventualidad que le constreñó á solicitar el apoyo que tan de buen grado le habían de dar.

Ofrece este paso segunda carta suya, tan merecedora como la anterior de exposición. Dice:


«Señor mío: Las heroicas acciones de V. E. que con repetidos elogios de la fama (entre muchos que hoy gozan insignes ventajas), llenan el orbe de aclamaciones y aumentan en mi firme fé, esperanzas de felicidades á sombra de la protección de V. E., más merecida cuanto menos ha sido solicitada, pomo haber llegado el caso, y en este conocimiento, dando á V. E. el culto debido á su real sangre y á lo augusto de su ocupación, rindo las veneraciones que no expreso, por no acumular palabras, y suplico con el rendimiento posible, atienda magnánimo á estos renglones, que igualmente sirven de satisfacción y petición, pues con escribirlos fuera de Inglaterra y sus dominios, caminando para la quietud de un desierto, doy á V. E. y al mundo en general toda la que puedo y la que debo como católico cristiano, como caballero, hijo de algo, y como leal vasallo reconocido y remunerado del Rey nuestro señor (que Dios guarde muchos años), y porque en asunto que merece mayor estimación que olvido, es preciso dilatar el discurso, perdonará lo prolijo V. E., á cuyo singular talento ilustrado con subidos quilates de prudencia, protesto hablar con ingenuidad, sin intención de ofender los sujetos que nombraré, y si tal vez los rasgos de la pluma, por desliz, tocaren algo que parezca ofensivo, lo retracto, porque mi celo y mi estilo, es muy distinto del que