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DON DIEGO DE PEÑALOSA

puntos á la vez con sus quince mil salvajes, empresa infalible, al paso que por Pánuco, según pensaba Peñalosa, no era lo mismo, por estar habitado el país desde la boca el río.

Se advierte por tales gestiones que el señor Cavelier no era más escrupuloso que su contrincante, tratándose de elegir medios que condujeron al fin de su deseo; medios excelentes, ya que, si no al Ministro, indujeron á quien más podía á darle la preferencia en la expedición con buques, pertrechos y gente.

El Capitán de navío Beaujeu, elegido para escoltar el convoy, se maravillaba observando el desorden y falta de fijeza en las ideas del descubridor; en las relaciones que con éste tuvo durante el armamento, notaba de día en día cosas tan extrañas, que creyó de su deber elevarlas al conocimiento del Ministro, advirtiéndole que La Salle no era hombre de mar ni de guerra, que ni aun los víveres que había de consumir su gente calculaba, formando mal pronóstico de la misión que se fiaba á persona que en sus palabras y en sus acciones no disimulaba la desconfianza del éxito [1].

Más explícito con sus amigos, les escribía que el jefe de la empresa, voluble y desconfiado, podría muy bien ser de la hechura de los Cortés y Pizarros, pero le parecía sólo á propósito para dirigir colegiales ó salvajes [2].

Se ha atribuido á la envidia el móvil de estas confidencias, y el señor Margry no duda que dimanaban de la vanidad humillada del marino: á mi parecer no se trasluce en las cartas tan mal sentimiento; se molestaba Beaujeu viendo que el caudillo desconocía los rudimentos de la organización y de la disciplina de un buque de guerra, y promovía conflictos por caprichos pueriles; se negaba á exigencias absurdas, como la de remover en la mar la estiva, ó sea la colocación de los efectos de la bodega para darle lo que estaba debajo de todos; pero manifestando el mejor deseo en bien del servicia, sin emulación, sin pretensiones ni deseos de descubridor él, ofrecía á La Salle su mesa, su bolsillo, consejo en lo que no entendía, y observaciones siempre juiciosas y siempre mal recibidas.

En el Seno Mejicano, no fué culpa de Beaujeu que los bajeles fueran seiscientas millas á sotavento, ó sea hacia el Oeste del Misisípi; bien se esforzó en que se entendiera que no era el río aquel punto de la costa de

  1. Ibid. Tomo II, pág. 404.
  2. Ibid. Tomo II. Carta á Cabart de Villermont.