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Página:Don Diego de Peñalosa y su descubrimiento del reino de Quivira.djvu/130

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MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA

Tejas, en que obstinado desembarcó el expedicionario, acreditan lo su juicio la frase que escribió al salir de Francia, desengañando á los que esperaban algún resultado de tal hombre [1].

Mientras La Salle en las excursiones de los Lagos, dirigió partidas de veinte ó treinta hombres, salió de apuros hallando siempre recursos entre los salvajes: ahora que se veía á la cabeza de doscientos soldados, con oficiales que podían secundarle, parecía completamente aturdido. Se hallaba en tierra llana habitada por indios dóciles, con innumerables rebaños de cíbolas que proveían al sustento; y falto de plán, haciendo marchas sin objeto, empleando la gente en trabajos duros é innecesarios, acabó con ella. Uno de los soldados que huyendo de los malos tratamientos se acogió á los indios, taraceándose la piel como ellos, declaró años después, que adoptó semejante resolución, porque el jefe había matado por su propia mano á varios de sus compañeros, entre ellos los que estaban enfermos, á pretexto que no querían trabajar; que á uno sacó los ojos, y que no citaba los que hizo fusilar, ahorcar y marcar con hierro [2].

El dicho de un desertor no es ciertamente de abono, pero unido á los antecedentes de carácter de Cavelier, indica que hay algo de verdad en la inculpación, aseverándola el diario de Henry Joutel, el más adicto, el más leal de los oficiales de la expedición. Refiere este oficial, que cuando se alejaba el jefe, sacaban partido de las circunstancias, mejoraban las viviendas, aumentaban las provisiones, sobrándoles tiempo para cantar, bailar y proporcionarse otros esparcimientos; masque hallándose presente se desterraba la alegría, ya que su mal humor le llevaba á maltratar á la gente sin motivo, á fatigarla sin haber para qué, abandonando en el monte á los que se cansaban; que desconfiaba de cuantos le seguían, todo quería hacerlo por sí mismo, y no admitía la más ligera observación. Asesinado al fin por los pocos que quedaban, en Marzo de 1687; abandonando el cuerpo desnudo, en el campo, porque más fácilmente sirviera de pasto á las fieras, dijeron sus soldados como Mefistófeles, señalando el cadáver: ¡he ahí el Gran Bajá! [3]

De la famosa expedición, perdidos tres bajeles y el material completo, regresaron á Francia por la vía del Canadá cuatro hombres; nueve más se salvaron en Nueva-España. No se concibe cómo Mr. Margry recogiendo y comentando con ilustrado criterio tan importantes documen-

  1. Ibid. Tomo II, pág. 453.
  2. Ibid. Tomo III, págs. 604-606.
  3. Ibid. Tomo III, págs. 91 á 490.