ta. Poco a poco me fuí envalentonando y acodillé al petizo buscando la bellaqueada. Dos o tres corcovos largos respondieron a mi invitación; los resistí sin apelar al recurso indicado.
—Ya está manso dije.
—No lo busqués contestó simplemente Don Segundo, a quien mi maniobra no había escapado.
Y colocándose alternativamente a uno y otro lado, me llevó hasta el lugar en que los demás troperos estaban desayunándose, con unos mates, a orilla del camino.
— Nos recibieron con gritos y aplausos.
Hinchado de orgullo como un pavo, rematé mi trabajo tironeando al petizo según las órdenes de mi padrino:
—Aura pa la izquierda... Aura pa la derecha... Aura de firme no más, hasta que recule.
Y me cebaba en cada tirón, haciendo temblequear la jeta de mi víctima, tal como lo había visto hacer a los otros.
—Stá güeno. Te podés desmontar. Agarrate del fiador del bozal y abrítele bien para cair lejos.
Lleno de confianza me ejecuté.
— Mozo liviano! exclamó Pedro Barrales.
Recién cuando quise desensillar, me di cuenta de que por haberme excedido en los tirones tenía -