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desgarradas las manos, de las cuales la izquierda me sangraba abundantemente.

—Teh'as lastimao dijo Horacio, habiendo visDejálo no más a tu redomón que yo le vi a bajar los cuerosto mi mirada.

No me hice rogar, porque sentía unos fuertes puzazos que me subían hasta el codo. Me envolví la herida con un pañuelo que Pedro me ayudó a anudar.

—Están resecas las riendas dije a manera de comentario.

— — —Dejá eso no más intervino Goyo y arrimáte a tomar unos tragos del chifle que te loh'as ganao.

Con explicable alegría, recibí aquella oferta, que me resultaba el más rico de los premios.

Media hora después, como se agotaran los elogios y las palmadas y la yerba, volvimos a nuestras impasibles actitudes de troperos. Pero yo llevaba dentro un tesoro de satisfacción, que saboreaba a grandes sorbos con el aire joven de la mañana Entretanto, los nubarrones amontonados en el horizonte habían recubierto el cielo y, cuando el arreo en marcha volvía a la angostura del calle-