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una seña desde el palenque, largué los platos que estaba limpiando en la cocina y salí corriendo.

—Podés dir juntando tus prendas y preparando la tropilla.

—¿Me lleva?

—Ahá.

—¿Habló con el patrón?

—Ahá.

—¡Ese sí que eh'un hombre gaucho! — prorrumpí lleno de infantil gratitud.

—Vamoh'a ver lo que decís cuando el recao te dentre a lonjiar las nalgas.

—Vamoh'a ver — contesté seguro de mí mismo.

La botaratada es una ayuda porque una vez hecho el gesto, se esfuerza uno en acallar todo pensamiento sincero. Ya está tomada la actitud y no queda más que hacer "pata ancha". Pero la ausencia del público corrige luego las resoluciones tomadas arbitrariamente, de suerte que cuando quedé solo púseme, a pesar mío, a consultar las posibilidades de sostener mi gallardía. ¿Cómo hablaría, en efecto, cuando "el recao me dentrara a lonjiar las nalgas?" ¿Qué tal me sabería dormir al raso una noche de llovizna? ¿Cuáles medios emplearía para disimular mis futuros sufrimientos de bisoño? Ninguna de estas vicisitudes