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de vida ruda me era conocida y comencé a imaginar crecientes de agua, diálogos de pulpería, astucias y malicias de chico pueblero que me pusieran en terreno conocido. Inútil. Todo lo aprendido en mi niñez aventurera, resultaba un mísero bagaje de experiencia para la existencia que iba a emprender. ¿Para qué diablos me sacaron del lado de mama en el puestito campero, llevándome al colegio a aprender el alfabeto, las cuentas y la historia, que hoy de nada me servían?

En fin, había que hinchar la panza y aguantar la cinchada. Por otra parte, mis pensamientos no mellaban mi resolución, porque desde chico supe dejarlos al margen de los hechos. Metido en el baile bailaría, visto que no había más remedio, y si el cuerpo no me daba, mi voluntad le serviría de impulso. ¿No quería huir de la vida mansa para hacerme más capaz?

—¿Qué estah'ablando solo? — me gritó Horacio que pasaba cerca.

—¿Sabeh'ermano?

—¿Qué?

—¡Que me voy con el arreo!

—¡Qué alegría pa la hacienda! — exclamó Horacio, sin la admiración que yo esperaba.

—¿Alegría? ¡No ves que voy de a pie!