—¿Qué vah' a tomar? — me preguntó Don Segundo.
—Una caña'e durazno.
—Te vah'a desollar el garguero.
—Deje no más, Don.
En silencio, vaciamos nuestras copas.
Por turno, un rato más tarde "tumbiamos" y yo me eché otra caña al cuerpo.
Repuestos y alegres nos preparamos a seguir viaje. Don Segundo y Valerio mudaron caballo.
Valerio ensilló un colorado gargantilla que todos lo codiciaban por su pinta vivaracha, la finura de sus patas y manos.
—¡Qué pingo pa una corrida 'e sortija! decía Pedro Barrales.
— —Medio desabordinao, no más comentó Vay capaz de hacerme una travesura cuando — lerio lo toque con lah'espuelas.
—Algún día tiene que aprender.
Así como hubo concluído de subirlo y lo tocara con las espuelas, vió Valerio que no había errado.
El gargantilla se alzó "como leche hervida".
Valerio, de cuerpo pequeño y ágil, seguía a maravilla los lazos de una "bellaqueada", sabia en vueltas, sentadas, abalanzos y cimbrones. Su poncho acompasaba el hermoso enojo del bruto, que