Página:Don Segundo Sombra (1927).pdf/89

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 87 —

en cada corcovo lucía la esbeltez de un salto de dorado. Sus ijares se encogían temblorosos de vigor. Su cabeza rayaba casi el suelo en signos negativos y su lomo, encorvado, sostenía muy arriba la sonriente dominación del jinete.

Al fin, la mano diestra puso término a la lucha y Valerio rió jadeante.

—¿No les dije?

—¡Hm! comentó Pedro le mucha soga.

—Si lo dejo, de seguro se me hace bellaco.

—Sería pecao... un pingo tan parejo.

Enardecido por el espectáculo, alentado por las dos cañas que me bailaban en la cabeza, recordé mi proyecto de hacía un rato.

—¿Quién me da una manito pa ensillar mi potrillo?

—¿Pa qué?

—Pa subirlo.

—Te vah'acer trillar.

—No le hace.

— no es güeno dar—Yo te ayudo — dijo Horacio — aunque no sea más que por tomar café esta noche en el velorio.

Con risas y al compás de dicharachos agarraron y ensillaron mi petizo, más pronto de lo que era menester para que yo pensara en mi temeridad.