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MACBETH.
LADY MACBETH.

Todavía siento el olor de la sangre. Todos los aromas de Oriente no bastarian á quitar de esta pequeña mano mia el olor de la sangre.

EL MÉDICO.

¡Qué oprimido está ese corazon!

LA DAMA.

No le llevaria yo en el pecho, por toda la dignidad que ella pueda tener.

EL MÉDICO.

No sé curar tales enfermedades, pero he visto sonámbulos que han muerto como unos santos.

LADY MACBETH.

Lávate las manos. Vístete. Vuelva el color á tu semblante. Macbeth está bien muerto, y no ha de volver de su sepulcro.... Á la cama, á la cama... Llaman á la puerta... Ven, dame la mano... ¿Quién deshace lo hecho?... Á la cama.

EL MÉDICO.

¿Se acuesta ahora?

LA DAMA.

En seguida.

EL MÉDICO.

Ya la murmuracion pregona su crímen. La maldad suele trastornar el entendimiento, y el ánimo pecador divulga en sueños su secreto. Necesita confesor y no médico. Dios la perdone, y perdone á todos. No te alejes de su lado: aparta de ella cuanto pueda molestarla. Buenas noches. ¡Qué luz inesperada ha herido mis ojos! Pero más vale callar.