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MACBETH.
MACDUFF.

Detente, perro de Satanás.

MACBETH.

He procurado huir de tí. Huye tú de mí. Estoy harto de tu sangre.

MACDUFF.

Te respondo con la espada. No hay palabras bastantes para maldecirte.

MACBETH.

¡Tiempo perdido! Más fácil te será cortar el aire con la espada que herirme á mí. Mi vida está hechizada: no puede matarme quien haya nacido de mujer.

MACDUFF.

¿De qué te sirven tus hechizos? ¿No te dijo el génio á quien has vendido tu alma, que Macduff fué arrancado, antes de tiempo, de las entrañas de su madre muerta?

MACBETH.

¡Maldita sea tu lengua que así me arrebata mi sobrenatural poder! ¡Qué necio es quien se fia en la promesa de los demonios que nos engañan con equívocas y falaces palabras! No puedo pelear contigo!

MACDUFF.

Pues ríndete, cobarde, y serás el escarnio de las gentes, y te ataremos vivo á la picota, con un rótulo que diga: «Este es el tirano.»

MACBETH.

Nunca me rendiré. No quiero besar la tierra que huelle Malcolm, ni sufrir las maldiciones de la plebe.