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OTELO.
RODRIGO.

¡Señor, señor!

BRABANCIO.

Pero has de saber que mi condicion y mi nobleza me dan fáciles medios de vengarme de ti.

RODRIGO.

Calma, señor.

BRABANCIO.

¿Qué decias de robos? ¿Estamos en despoblado o en Venecia?

RODRIGO.

Respetable señor Brabancio, la intencion que à vos me trae es buena y loable.

YAGO.

Vos, señor Brabancio, sois de aquellos que no obedecerian al diablo aunque él les mandase amar a Dios. ¿Asi nos agradeceis el favor que os hacemos? ¿O será mejor que del cruce de vuestra hija con ese cruel berberisco salgan potros que os arrullen con sus relinchos?

BRABANCIO.

¿Quién eres tú que tales insolencias ensartas? Eres un truhan.

YAGO.

Y vos... un consejero.

BRABANCIO.

Caro te ha de costar, Rodrigo.

RODRIGO.

Como querais. Sólo os preguntarė si consentisteis