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O T E L O.

Desdémona se encontrará burlada: empezará por fastidiarse y acabará por aborrecerle, y entonces la naturaleza, que es la mejor maestra, le guiará á nueva eleccion. Y dando por supuestas todas estas cosas llanas y naturales, ¿quién está en más favorable coyuntura que Casio? Él es listo y discreto: conciencia ninguna: todo en él es hipocresía y simulada apariencia y falsa cortesía, para lograr sus torpes antojos. Es un pícaro desalmado: no dejará perder ninguna ocasion oportuna, y hasta sabe fingir favores que no existen. Luego, es mozo y apuesto y posee cuantas cualidades pueden llevar detras de sí los ojos de una mujer. Yo veo que ya piensa en ella.

RODRIGO.

Pues yo de ella no sospecho nada: me parece la virtud misma.

YAGO.

¡Buena virtud la de tus narices! Si poseyera esa virtud, ¿se hubiera casado con el moro? ¡No está mala la virtud! ¿no has reparado con qué cariño le estrechaba la mano?

RODRIGO.

Seria cortesía.

YAGO.

Seria lujuria: una especie de prólogo de sus livianos apetitos. Y luego se besaron hasta confundirse los alientos. No dudes que se aman, Rodrigo. Cuando se empieza con estas confianzas, el término está muy cercano. Calla y déjate guiar: no olvides que yo te hice salir de Venecia. Tú harás guardia esta noche, donde yo te indique. Casio no te ha visto nunca. Yo me alejaré poco. Procura tú mover á indignacion á Casio con cualquier pretexto, desobedeciendo sus órdenes, verbi gratia.