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O T E L O.


YAGO.

(Aparte.) Todavía estais en buen punto, pero yo trastornaré muy pronto las llaves de esa armonía.

OTELO.

Vamos, amigos. Se acabó la guerra: los turcos van de vencida. ¿Qué tal, mis antiguos compañeros? Bien recibida serás en Chipre, amada mia. Grande honra me hizo el Senado en enviarme aquí. No sé lo que me digo, bien mio, porque estoy loco de placer. Véte á la playa, amigo Yago, haz que saquen mis equipajes, y conduce al castillo al piloto de la nave, que es hombre de valor y de experiencia, y merece ser recompensado. Ven, Desdémona. (Vanse.)

YAGO.

(A Rodrigo.) Espérame en el puerto. Pero oye antes una cosa, si es que eres valiente (y dicen que el amor hace valientes hasta á los cobardes). Esta noche el teniente estará de guardia en el patio del castillo. Has de saber que Desdémona está ciegamente enamorada de él.

RODRIGO.

Pero cómo?

YAGO.

Déjate guiar por mí. Tú recuerda con qué ardor se enamoró del moro, sólo por haber oido sus bravatas. ¿Pero crees tú que eso puede durar? Si tienes entendimiento ¿cómo has de creerlo? Sus ojos desean contemplar algo agradable, y ver á Otelo es como ver al demonio. Ademas la sangre, despues del placer, se enfria y necesita alimento nuevo: alguna armonía de líneas y proporciones, alguna semejanza de edad ó de costumbres. Nada de esto tiene el moro, y por eso