tar al bravo leon. Suplicadle, pedidle perdon, y todo os lo concederá.
¡Cómo ha de atreverse á suplicar nada á un jefe tan íntegro y bueno, un oficial tan perdido, borracho, y sin seso como yo! ¡Embriagarme yo, perder el juicio, hablar por los codos, disputar, decir bravatas y reñir hasta con mi sombra! ¿Cómo te llamaré, espíritu incorpóreo del vino, que aún no tienes nombre? Sin duda que debo llamarte demonio.
¿Y á quién perseguiais con el acero desnudo? ¿Qué os habia hecho?
Lo. ignoro.
¿Es posible?
Muchas cosas recuerdo, pero todas confusas é incoherentes. Sólo sé que hubo una pendencia, pero de la causa no puedo dar razon. ¡Dios mio! ¿No es buena locura que los hombres beban á su propio enemigo, y que se conviertan, por medio del júbilo y de la algazara, en brutos animales?
Ya os vais serenando. ¿Cómo habeis recobrado el juicio tan pronto?
El demonio de la ira venció al de la embriaguez. Un defecto provoca á otro, para que yo me avergüence más y más de mí mismo.