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O T E L O.

tar al bravo leon. Suplicadle, pedidle perdon, y todo os lo concederá.

CASIO.

¡Cómo ha de atreverse á suplicar nada á un jefe tan íntegro y bueno, un oficial tan perdido, borracho, y sin seso como yo! ¡Embriagarme yo, perder el juicio, hablar por los codos, disputar, decir bravatas y reñir hasta con mi sombra! ¿Cómo te llamaré, espíritu incorpóreo del vino, que aún no tienes nombre? Sin duda que debo llamarte demonio.

YAGO.

¿Y á quién perseguiais con el acero desnudo? ¿Qué os habia hecho?

CASIO.

Lo. ignoro.

YAGO.

¿Es posible?

CASIO.

Muchas cosas recuerdo, pero todas confusas é incoherentes. Sólo sé que hubo una pendencia, pero de la causa no puedo dar razon. ¡Dios mio! ¿No es buena locura que los hombres beban á su propio enemigo, y que se conviertan, por medio del júbilo y de la algazara, en brutos animales?

YAGO.

Ya os vais serenando. ¿Cómo habeis recobrado el juicio tan pronto?

CASIO.

El demonio de la ira venció al de la embriaguez. Un defecto provoca á otro, para que yo me avergüence más y más de mí mismo.