Página:Dramas de Guillermo Shakespeare.djvu/506

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OTELO.
EMILIA.

¿Al fin lo sientes? Ruge, ruge. Has asesinado á la más santa y hermosa criatura que ha visto nunca la luz del sol.

OTELO.

(Levantándose.) ¡Fué adúltera! No os habia conocido, tio. (A Graciano.) Ahí teneis muerta á vuestra sobrina, y muerta á mis manos. Sé que esto os parecerá horrible...

GRACIANO.

¡Pobre Desdémona! Cuán feliz es tu padre en haber pasado ya de esta vida. Tu boda le mató: el pesar de ella bastó á cortar el hilo de sus dias. Pero si hoy viviera, y la viese muerta, pienso que habia de maldecir hasta de su ángel de guarda, provocando la indignacion del cielo.

OTELO.

¡Qué dolor! Pero Yago sabe que ella mil veces se entregó á Casio. El mismo Casio lo confesaba, y ademas recibió de ella, en pago de su amor, el pañuelo, el regalo nupcial que yo le hice, un pañuelo que mi padre habia dado á mi madre. Yo mismo le he visto en manos de Casio.

EMILIA.

¡Dios poderoso! ¡Dios de bondad!

YAGO.

¡Calla, te digo!

EMILIA.

No: no puedo callar, no quiero. Hablaré libre como el viento, aunque me condenen Dios y los hombres y el infierno. No callaré: debo hablar.