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OTELO.
YAGO.
No digas locuras. A casa, á casa.
EMILIA.
Jamas iré. (Yago la amenaza.)
GRACIANO.
¿Qué? ¿La espada sacais contra una débil mujer?
EMILIA.
¡Perverso Otelo! Yo encontré aquel pañuelo: yo misma se le dí á mi marido, porque con muchas instancias me habia pedido que lo robara.
YAGO.
¡Infame prostituta!
EMILIA.
¿Que ella se lo dió á Casio? No: ¡si le encontré yo, y se le dí á mi marido!
YAGO.
Mientes, malvada.
EMILIA.
No miento, no. Caballeros, no miento. ¡Bestia cruel! ¡Estúpido! ¿Cómo habias tú de poder contra esa santa?
OTELO.
¡Monstruo! ¿No hay rayos en el cielo, ó es que el trueno se los apropió todos?
(Se arroja sobre Yago, pero este hiere á Emilia y huye.)
GRACIANO.
Sin duda ha muerto á su mujer.
EMILIA.
Sí: muerta soy: colocadme al lado de mi ama.