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JULIO CÉSAR

lecho al oir en sus cóncavas márgenes el eco de vuestro clamoreo? ¿Y ahora os engalanáis con vuestros mejores trajes? ¿Y ahora os regaláis con un día de fiesta? ¿Y ahora regáis de flores el camino de aquel que viene en triunfo sobre la sangre de Pompeyo?

¡Marchaos: corred á vuestros hogares, caed de rodillas y rogad á los dioses que suspendan la calamidad que por fuerza ha de caer sobre esta ingratitud!

Flavio.—Id, id, buenas gentes, y por esta falta reunid á todos los infelices de vuestra clase; llevadlos á orillas del Tíber y verted vuestras lágrimas en su cauce, hasta que su más humilde corriente llegue á besar la más encumbrada de sus márgenes. (Salen los ciudadanos.) Mirad si no se conmueve su más vil instinto. Su culpa les ata la lengua, y se ahuyentan. Bajad por aquella vía al Capitolio; yo iré por esta. Desnudad las imágenes si las encontráis recargadas de ceremonias.

Marulo.—¿Podremos hacerlo? Sabéis que es la fiesta Lupercalia.

Flavio.—No importa. No dejéis que imagen alguna sea colgada con los trofeos de César. Iré de aquí para allí, y alejaré de las calles al vulgo. Haced lo mismo donde quiera que lo veáis aglomerarse. Estas plumas crecientes, arrancadas á las alas de César, no le dejarán alzar más que un vuelo ordinario. ¿Quién otro se podría cerner sobre la vista de los hombres, y tenernos á todos en servil sobrecogimiento? (Salen.)

ESCENA II.
Plaza pública en Roma.
Entran en procesión, con música, CÉSAR, ANTONIO, para las carreras, CALFURNIA, PORCIA, DECIO, CICERÓN, BRUTO, CASIO y CASCA. Síguelos una gran muchedumbre en la cual está un ADIVINO.


César.—Calfurnia.

Casio.—¡Silencio! César habla.