veneno, te atrapará en algún lazo traidor y te perseguirá hasta arrancarte la vida por cualquiera suerte de medios indirectos. Te aseguro, y hablo así casi con lágrimas en los ojos, que no hay entre los vivos uno que sea á la vez tan joven y tan vil. Hablo solamente como hermano; pues si me pusiera á analizarlo á tus ojos, tal como es en sí, tendría yo que ruborizarme y llorar, y tú quedarías pálido y atónito.
Carlos.—Con todo mi corazón me alegro de haberme dirigido á vos. Si viene mañana, ya le daré su merecido; pues si vuelve á andar por sus piés, jamás volverá á luchar por premio. Y con esto guarde Dios á vuestra merced.
Oliverio.—Adios, buen Carlos. Y ahora á excitar á ese tunante. Espero que he de verle llegar á su fin; pues sin saber por qué, no hay cosa que mi alma deteste más que á él. Sin embargo, es manso, instruído sin haber tenido escuela, lleno de noble aspiración y ciertamente tan amado de todos, y en especial de mi propio pueblo, que es quien mejor le conoce, que yo soy enteramente tenido en menos. Pero esto no ha de durar; este luchador lo allanará todo. Sólo falta enardecer al muchacho para que acuda allí, y voy al instante á ocuparme de ello.
Celia.—Te suplico, mi dulce prima, que estés alegre.
Rosalinda.—Más alegría demuestro, querida Celia, que la que hay en mí.—¿Y querríais verme más alegre aún? Á menos que me enseñéis á olvidar á un