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COMO GUSTÉIS.

Orlando.—Suplico á Vuestra Alteza que nos deje continuar. Aún no estoy bastante alentado.

Duque.—¿Cómo te encuentras, Carlos?

Le Bean.—Ha quedado sin habla, señor.

Duque.—Llevadlo fuera. (Llevan á Carlos).—¿Cómo te llamas, mancebo?

Orlando.—Orlando, señor, el hijo menor de sir Rowland de Bois.

Duque.—Habría preferido que fueses hijo de otro. Las gentes tenían á tu padre por honorable; pero, sin embargo, encontré en él un enemigo. Más me habría agradado tu proeza si hubieses descendido de otro linaje. Pero Dios te guarde. Eres un mancebo valiente. Me habría alegrado de que hubieses mencionado otro padre. (Salen el Duque, Federico, el séquito y Le Beau).

Celia.—Á estar yo en lugar de mi padre, ¿haría esto, prima?

Orlando.—Á orgullo tengo ser hijo de sir Rowland, siquiera su hijo menor, y no cambiaría de condición así me adoptara el duque por heredero suyo.

Rosalinda.—Mi padre amaba con toda su alma á sir Rowland, y todo el mundo era del mismo modo de sentir. Si hubiese yo conocido antes á este joven, hijo suyo, le habría suplicado con lágrimas que no se aventurase de ese modo.

Celia.—Vamos, querida prima, á darle las gracias y á animarlo. La índole áspera y envidiosa de mi padre me lastima el corazón. Sois digno de aplauso, joven. Si tan bien cumplís vuestras promesas de amor, como la que ahora habéis excedido, vuestra amante deberá ser muy feliz.

Rosalinda. (Dándole una cadena de su cuello).—Caballero, llevad esto en recuerdo mío; que por contraria fortuna no tengo en la mano los medios de ofrecer todo lo que quisiera. ¿Nos iremos, prima?

Celia.—Sí. Adios, gentil caballero.