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COMO GUSTÉIS.

curre conmigo el modo de que huyamos, á dónde iremos y lo que habremos de llevar. Y no intentes soportar tú sola tus pesares, prescindiendo de mí; porque tomo por testigo al cielo, que palidece á la vista de nuestras penas, de que á pesar de cuanto digas, me marcharé contigo.

Rosalinda.—Pero ¿á dónde ir?

Celia.—Á buscar á mi tío.

Rosalinda.—¡Ah! ¡Qué peligro para nosotras, doncellas, viajar á tanta distancia! Más pronto provoca á los malvados la belleza que el oro.

Celia.—Me cubriré de pobres y mezquinas vestiduras, y me embadurnaré la cara con una especie de barniz oscuro. Haréis lo mismo, y así seguiremos nuestro camino sin provocar asaltos.

Rosalinda.—¿No sería mejor, ya que soy de una estatura más alta que la general, que me disfrazara de hombre? Con una buena daga al cinto y un venablo en la mano (aunque en mi corazón se anide oculto todo el miedo de la mujer), tendré un exterior marcial é imponente. Y en ello seré como muchos hombrezuelos cobardes que con la apariencia ocultan su cobardía.

Celia.—¿Qué nombre te he de dar cuando seas hombre?

Rosalinda.—No quiero tener un nombre que valga menos que el del mismo paje de Júpiter. Así, me llamarás Ganimedes. ¿Y qué nombre tomarás tú?

Celia.—Uno que de algún modo se refiera á mi situación. Ya no me llamaré Celia, sino Aliena.

Rosalinda.—¿Y qué te parecería, prima, si ensayáramos robarnos á aquel necio de bufón de la corte de vuestro padre? ¿No nos serviría de solaz durante el viaje?

Celia.—Me seguiría de extremo á extremo del mundo. Deja á mi cuidado el ganarlo. Vámonos. Juntemos nuestras joyas y nuestro caudal, y discurre tú