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COMO GUSTÉIS.

cual hizo que se riera y me dejara ir. Pero ¿á qué hablamos de padres, habiendo un hombre como Orlando?

Celia.—¡Oh, es un gallardo sujeto! Escribe gallardos versos, dice gallardas palabras, hace gallardos juramentos y gallardamente los quebranta, como de través, en el corazón de su amante; como el justador novicio que espolea su caballo por un solo lado, y rompe su lanza como un gallardo majadero. Pero donde impera la juventud y guía el paso la locura, todo es gallardo! ¿Quién viene ahí? (Entra Corino.)

Corino.—Señor, y amo mío, habéis indagado más de una vez acerca de aquel pastor que se quejaba de amores, á quien visteis sentado junto á mí en el césped alabando á la altiva y desdeñosa zagala que fué su amante.

Celia.—Y bien: ¿qué es de él?

Corino.—Si deseáis ver representar un verdadero espectáculo, entre el pálido aspecto del verdadero amor, y el encendido color del altivo desdén y del desprecio, caminad un breve espacio y os conduciré.

Celia.—Ea! vamos. La vista de unos enamorados alimenta á los otros. Déjanos contemplar esa vista, y podrás decir que también he desempeñado un activo papel en su comedia.

(Salen.)
ESCENA V.
Otra parte del bosque.
Entran SILVIO y FEBE.

Silvio.—No me desprecies, dulce Febe, no. Dí que no me amas, pero no lo digas con encono. El verdugo, cuyo corazón está endurecido por el hábito de ver la muerte, no deja caer el hacha sobre la cerviz inclinada sin pedir perdón primero. ¿Quieres ser más dura que