que está en el Fénix; la que ayuna hasta que vengáis á comer, y que os ruega venir lo más pronto para sentarse á la mesa.
Antífolo.—¡Cómo! ¿Quieres reirte en mi cara de mí de ese modo después de habértelo prohibido?... Toma, toma esto, pícaro.
Dromio.—Eh! ¿Qué queréis decir, señor? En nombre de Dios, tened vuestras manos tranquilas; ó si no, voy á pedir socorro á mis piernas.
Antífolo.—Por vida mía, de una manera ú otra, este pícaro se habrá dejado escamotear todo mi dinero. Dícese que esta ciudad está llena de pillos, de escamoteadores listos, que engañan la vista; de hechiceros que trabajan en las sombras, y cambian el espíritu; de agoreras asesinas del alma, que deforman el cuerpo; de bribones disfrazados, de charlatanes y de mil otros criminales autorizados. Si es así, no partiré sino lo más pronto. Voy á ir al Centauro para buscar á este esclavo: temo mucho que mi dinero no esté en seguridad.