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ACTO II.

ESCENA I.
Plaza pública.
Entran ADRIANA y LUCIANA.
ADRIANA.

N

i mi marido, ni el esclavo á quien con tanta prisa envié á buscar á su amo, han vuelto. Luciana, son las dos.

Luciana.—Quizás algún comerciante le habrá invitado, y habrá ido del mercado á comer á alguna parte. Querida hermana, comamos y no os agitéis. Los hombres son dueños de su libertad. El tiempo es el único dueño de ellos; y, según ven el tiempo, van ó vienen. Así, tomad paciencia, mi querida hermana.

Adriana.—Eh! ¿Por qué ha de ser su libertad mayor que la nuestra?

Luciana.—Porque sus quehaceres están siempre fuera del hogar.

Adriana.—Y ved, cuando yo hago lo mismo lo toma á mal.

Luciana.—¡Oh! Sabed que él es la brida de vuestra voluntad.