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COMEDIA DE EQUIVOCACIONES.

¿Á qué vienes á hablarme de cena? Eres como todas las demás, una bruja. Conjúrote á que me dejes y te vayas.

La cortesana.—Dadme el anillo que me habéis tomado en la comida; ó en cambio de mi diamante, la cadena que me habéis prometido; y entonces me iré, señor, y no os importunaré más.

Dromio.—Hay diablos que no piden sino el recorte de una uña, un junco, un cabello, una gota de sangre, un alfiler, una nuez, una semilla de cereza; pero esta, más codiciosa, quisiera tener una cadena. Amo, tened cuidado: si le dáis la cadena, la diabla la sacudirá y nos espantará con ella.

La cortesana.—Os ruego, señor, que me déis mi sortija ó mi cadena. Espero que no tenéis intención de defraudarme de este modo.

Antífolo.—¡Fuera de aquí, gitana! Vamos, Dromio, partamos.

Dromio.Huye del orgullo, dice el pavo; ¿sabéis eso, señora?

(Salen Antífolo y Dromio.)

La cortesana.—Ahora está fuera de duda que Antífolo está loco; de otro modo jamás se habría conducido tan mal. Me tiene una sortija que vale cuarenta ducados y me había prometido en cambio una cadena de oro: y ahora me niega la una y la otra, lo que me obliga á concluir que se ha vuelto loco. Además de esta actual prueba de su demencia, me acuerdo de los cuentos extravagantes que me ha endilgado hoy en la comida, como el de no haber podido entrar en su casa, porque le habían cerrado la puerta. Probablemente su esposa, que conoce sus accesos de locura, le ha cerrado, en efecto, la puerta intencionalmente. Lo que tengo que hacer ahora, es llegar pronto á su casa, y decir á su esposa, que en un acceso de locura ha entrado bruscamente en mi casa, y me ha quitado de viva fuerza una sortija que se ha llevado. He aquí el par-