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DE WINDSOR.

Sra. Ford.—¿Estás aquí, sir Juan, gamo, gamo mío?

Falstaff.—¿Es mi cierva de pequeña cola negra? Que lluevan patatas; que los truenos canten la tonada de «las mangas verdes», que caigan por granizo confites azucarados: que haya una borrasca de todas las tentaciones; yo me refugiaré siempre aquí.

(La abraza.)

Sra. Ford.—La señora Page ha venido conmigo, vida mía.

Falstaff.—Pues divididme como ciervo regalado, la mitad de las ancas para cada una; guardaré para mí los costados, daré los hombros al mozo que pasea por aquí, y dejaré en legado á vuestros maridos estos cuernos. ¿No soy un verdadero montañés? ¿No hablo como el cazador? Por mi alma que ahora Cupido es muchacho de conciencia, como que hace restitución. Sed bienvenidas á este vuestro espíritu verdadero.

(Se oye ruido dentro.)

Sra. Page.—¡Ay! ¡Qué ruido!

Sra. Ford.—¡Que el cielo se apiade de nosotras!

Falstaff.—¿Qué podrá ser?

(Se van.)

Falstaff.—Parece que el diablo no quiere que yo me condene, mientras la grasa que hay en mí no haga prender fuego al infierno. Á no ser así, no me contraría de este modo.

(Entran sir Hugh Evans en traje de sátiro, la señora Aprisa y Pistol; Ana Page como reina de hadas, acompañada por su hermano y otros, en traje de hadas, con bujías de cera en la cabeza.)

Aprisa.—Hadas negras, pardas, verdes y blancas; vosotras, alegres huéspedes de la claridad de la luna y de las sombras de la noche; vosotras, herederas huérfanas de un destino invariable, atended á vuestras