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JULIO CÉSAR

¡Dentro de cuántas edades se volverá á representar esta nuestra grandiosa escena en naciones aún no nacidas y en idiomas que están aún por crearse!

Bruto.—¡Cuántas veces se verá en esos juegos futuros desangrar á César, que yace ahora al pié de la base de Pompeyo, no menos insignificante que un puñado de polvo!

Casio.—Y cuántas veces suceda, otras tantas nuestro grupo será apellidado el de los hombres que libertaron nuestra patria!

Decio.—Y bien ¿saldremos?

Casio.—Sí: en marcha todo hombre. Bruto irá á la cabeza, y nosotros honraremos sus huellas con los más intrépidos y mejores corazones de Roma.

(Entra un criado.)

Bruto.—Despacio. ¿Quién viene? Un amigo de Antonio.

Criado.—Así, ¡oh Bruto! me encargó mi señor que me arrodillase. Así me encargó Marco Antonio prosternarme; y una vez postrado, que dijera estas palabras: Bruto es noble, prudente, valeroso y honrado. César era poderoso, audaz, regio y afectuoso. Dí que amo á Bruto, y lo venero. Dí que temía á César, lo veneraba y lo amaba. Si Bruto promete que Antonio podrá venir sin peligro á su presencia, y que se le hará comprender cómo César había merecido la muerte, Marco Antonio no amará más á César muerto que á Bruto vivo; sino que seguirá con entera lealtad los trabajos y la suerte del noble Bruto al través de los azares de este nuevo estado. Esto dice Antonio, mi señor.

Bruto.—Tu señor es un romano sensato y valeroso. Nunca pensé menos de él. Dile que si gusta venir aquí, será satisfecho, y sobre mi honor, volverá ileso.

Criado.—Lo conduciré en seguida. (Sale el criado.)