las lágrimas que llenan tus ojos, siento que los míos se humedecen. ¿Viene tu señor?
Criado.—Esta noche estará á menos de siete leguas de Roma.
Antonio.—Pues vuela á encontrarle y dile lo que ha acontecido. Hay una Roma enlutada, una Roma peligrosa; pero todavía no hay para Octavio una Roma segura. Sal de aquí y dile esto. Pero, quédate un momento. No tornarás hasta que haya yo llevado este cadáver á la plaza del mercado; allí sondearé con mi discurso el modo cómo el pueblo ha recibido la cruel resolución de estos hombres sanguinarios; y según lo que sea, explicarás al joven Octavio el estado de las cosas. Ayúdame. (Salen llevando el cuerpo de César).
Ciudadano.—Queremos satisfacernos! ¡Que se nos satisfaga...!
Bruto.—Pues bien: seguidme y escuchadme, amigos. Casio, id á la otra calle, y quede dividido el auditorio. Permanezcan aquí los que desean oirme, y acompañen á Casio los que quieran seguirle; y se darán públicamente las razones de la muerte de César.
Ciudadano 1.º—Quiero oir hablar á Bruto.
Ciudadano 2.º—Quiero oir á Casio, y comparar sus razones cuando hayamos oído á uno y otro. (Sale Casio con algunos ciudadanos. Bruto va al rostrum.)
Ciudadano 3.º—El noble Bruto ha subido. ¡Silencio!
Bruto.—¡Tened paciencia hasta el fin, romanos, compatriotas y amigos! Escuchadme en mi causa, y guardad silencio para que podáis escuchar; creedme