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JULIO CÉSAR

sangre de César parece haberse lanzado en pos de éste, como para cerciorarse de si era Bruto en verdad quien le había abierto tan odiosamente la puerta. Porque Bruto, bien lo sabéis, era el ángel de César. ¡Juzgad, oh dioses, qué entrañablemente le amaba César! Esa fué la más cruel herida de todas. Porque cuando el noble César vió que él también le hería, la ingratitud más fuerte que los brazos de los traidores, lo abrumó completamente. Y estalló entonces su poderoso corazón; y envolviendo su rostro con el manto, cayó el gran César en la base de la estatua de Pompeyo, inundada de sangre. ¡Oh, qué caída, compatriotas! Allí, vosotros y yo caímos, y la traición sangrienta triunfó sobre nuestras cabezas. ¡Oh! Ahora lloráis: veo que la piedad os mueve, y esas lágrimas son bondadosas. Pero ¡qué! ¡Lloráis almas benévolas, cuando véis solamente la desgarrada vestidura de César! Mirad aquí, aquí está él mismo, acribillado por los traidores.

Ciudadano 1.º—¡Qué triste espectáculo!

Ciudadano 2.º—¡Oh noble César!

Ciudadano 3.º—¡Oh desgraciado día!

Ciudadano 4.º—¡Oh traidores! ¡Villanos!

Ciudadano 1.º—¡Oh sangriento cuadro!

Ciudadano 3.º—Seremos vengados: ¡Venganza! Buscad, registrad, incendiad, matad. ¡Que no quede un traidor vivo!

Antonio.—Quedaos, compatriotas.

Ciudadano 1.º—Guardad silencio. Oigamos al noble Antonio.

Ciudadano 2.°—Le oiremos, y le seguiremos, y moriremos con él.

Antonio.—Buenos amigos, caros amigos, no anhelo agitaros con semejante irrupción de tumulto. Aquellos que han consumado ese hecho son honorables. Qué secretos agravios tenían para hacer esto ¡ay! no lo sé. Ellos son discretos y honorables, y, sin duda, os respon-