100 SIBLLA al novio de Isabel y éste acababa de llegar con Máximo en el «Nile»,
En cuanto 4 la feliciáad positiva que desea. ba para el hijo, se preseotaba bajo la forma endeble y dorada de la niña 4 quien rodeaban en la salita, todas las hermanas, por ese espí- ritu de conservación y de cuerpo, que existe todavía, en algunas de nuestras familias. Era la heredera 1mérfana en posesión de su fortu- na, á que aspiraba Enrique.
Su madre habíale dejado un millón del que disfrutaba ya, y heredaría los de su padre, uno de los más fuertes banqueros de Buenos Aires, cuyos manejos usurarios dábanle fama de financista eminente.
Caprichosa y tual creada, como son gene- ralmente las hijas únicas de padre viudo, te- nía el despejo impertinente de las descendien- tes de advenedizos que no dan valor más que al dinero, el carácter desconfiado, la lengua maldiciente, el instinto envidioso de la mujer sin belleza y sin talento, que sabe que su vir- tud única está en ese dinero; el físico marchi- to y pobre de la hija de una tísica, muerta por agotamiento al darla á luz.
Nada tonta, maliciosa, sagaz, con la coque- tería abusiva de quién está persuadida que es ella 4 quien debe elegirse, sabiendo por qué se la elige, entreteníase en jugar, alentando y desalentando esperanzas, en los seis ú ocho pretendientes que se la disputaban,
Cuando Enrique se alistó entre ellos, pare-