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108 STELLA


Cuando volvió, Alex se le acercó, y le dijo:

—Gracias padrino de la Perla! Un día más como éste, y mis hijos mueren todos de un ataque de alegría. Ya he empezado 4 alar marme; preveo en usted al futuro destructor de mi sistema de educación,

Los demás formaban grupos; con Luis en- cantado de la reunión de familia, que lo ani- maba, con su mujer y Linares, Enrique con Clarita, las muchachas entre sí.

Pasiéronse los dos 4 conversar muy cor- dialmente, Máximo encontraba que lo hacía espiritualmente, y que había en ella ima aten- ción y una curiosidad inteligente para escu- char,

—No es usted un desconocido para mí, se- ñor QQuiróz. Más de un año hace que vivo con mis tíos, y creo que no ha pasado un día sin quele haya nombrado, recordado, deseado. Podría jurar que aquí se tiene no sólo cariño, sino devoción por usted. Sabe cuál es mi ter- mómetro infalible? los niños,

—Me parece que quiere usted mucho Á ese almácigo de pequeños demonios. Y ellos ado- ran á su Alex?

—Ah sil Son mis compañeros, mis discípu- los, mis amigos, esos pequeños demonios, entre los que se destaca su ahijada, hermo- sa como Luzbel. Si viera cómo se educan y aprenden jugando, Apenas hace año y me. dio que perdí 4 papá, naturalmente vivo re- tirada; y rodeada, divertida, consolada por