14 STELLA —Bueno, Miss; hay que ponerlas en agua. —Permítame tía que las arregle yo; me
gusta tanto! pidió Alex,
—Bueno, hijita; déjelas, entonces, aquí no más, Miss.
Alex púsose uno de los grandes delantales de la gobernanta, y delante de una mesa co- menzó su tarea delicada. Abrió la canasta; los mil aromas que encerraba esparciéronse por el ambiente. Eran flores diversas, un poco achatadas por la presión de unas sobre otras, pero demasiado frescas, para no erguirse lo- zanas al contacto del agua con que ya la jo” ven llenaba vasos y floreros.
Máximo que la vió desde la puerta vidriera que daba al zaguan, por la que salía en ese instante, pensó: «En el Teatro Prancés, una soubrette así enloquecería á medio mundo» y sonrió 4 otros pensamientos, que despertaba en él, la absoluta inocencia de todos en aque- lla casa, que veían nna insigntficancia en esa potencia en delantal.
—Báganme el favor, niñas, de vertirse an- tes de comer, pidió el padre, que subía la escalera. No es cosa de dejarnos solos á mi- tad de la comida cada noche de teatro,
—Qué me dices, Isabel, de la vuelta de Montero? El pobre estaba impaciente, impa- ciente, decía María Luisa 4 su hermana que sonreía con halago.
—Arréglate bien, zonza..... ponte mi collar de perlas que te sienta tanto.