STELLA 199 todo, ¿no es verdad? ¡Ah, Máximo! terminó con un suspiro salido de su corazón prima- veral.
—Eres demasiado franca para que eso no te dé, cuando menos, el derecho de ser ercída, wi hijita, dijo aquél. Su fisonomía cerróse á toda expresión para preguntar: —¿Y si yo me excusara, que contarían ustedes hacer?
A la niña ía empalidecía la incertidumbre. De pie, dando la espalda á la conentrencia, no se preocupaba de ocultar á sus dos amigos su carita inmutada, como un agua transpa- rente que el viento agitara en ese instante.
Alex encontró en esos ojos que se clavaban ansiosos, y en esos labios que hacían el gesto de los de un niño que va á llorar, algo de los ojos y los labios de Stella en sus días de dolor; entonces los suyos imploraron también. El percibía bien el doble ruego.
—¿Y si yo me excusara?. repitió impasible.
—Esperaríamos, diez, veinte años; ¡y sería= mos diez, veinte años desgraciados!
Estas palabras sonaron como el grito del convencimiento, que se despertara en esa con- ciencia infantil; tan firme fué la entonación que supo darles,
Máximo callaba, mirando uva blanca for de caña que acababa de: tomar de entre las que adornaban la pequeña mesa, Levantó los ojos, al fin, y con su natural llaneza dijo:
—Mándame mañana á tu Rafael, Espera.
Vamos á ver,