144 LA
la fidelidad, robaría ú su rost Sin embargo. —¿Sin embargo qué? interrogó ella muy
vivamente.
—Nada, Alex, iba á decir una impertinencia- Soy un escéptico incurable, ya lo sabe usted.
=Sí, bien lo sé, asintió ya sonriente vol viendo á teda su alegría: y es eso lo que lo hace viejo como «grand papá». Tiene razón Ana María; no es usted sentimental, sensible diría yo, al ver como martirizan sus manos á esas pobres flores, Déjelas tranquilas, pues, sobre su mantel de encaje.
—Me cansan las flores fuera de la planta en su absoluta pasividad. ué error! ¿No sabe usted que está cien- tíficamente comprobado, la existencia de odios mortales y hostilidades terribles entre algunas de ellas? No coloque usted juntos jamás al resedá y la rosa; aquél es enemigo implacable, Perseguirá, aleanzará, envolve- rá, matará á su vecina después de una incha cuerpo á cuerpo. De nada le servirán á la hermosa, le aseguro, sus espinas. El helio- tropo y el clavel son íntimos amigos.
—Awmistades y guerras de mujeres.
¡En cambio, el muguet mo acepta á na- die cerca, es egoísta como un solterón!
Del comedor llegaban muchas señoras y caballeros que deseaban ver desde la terraza el jardín, estrellado de globos de luz blan- cos y rojos. Máximo y Alex se levantaron