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Página:Duayen Stella.djvu/159

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STELLA 163

—¡Mucho! dijo la niña con mayor vivaci dad, muy despierta y muy derecha en su silla, moviendo su cabeza con aire de desafío. ¡ya verás el domingo!

Habíala él visto conversar con Máximo. Comprendió.

—¿Ah, entonces”... ¿«Sean eternos Jos laureles que supimos conseguir»?

—Si, sí... le contestó riendo 4 carcajadas: Después haciendo corneta con la mano: Tu rututú. . .. ¡Alex! Pero chit.

—¡La irresistible Alex!.. y dirigiéndose á su suegra que conversaba con Micaela en la ca- becera de la mesa: ¿Qué me dice usted,mamita, del éxito tulminante de la maestrita noruega?

Bastó. Todos los rencores y las decepcio- ues de la noche salieron 4 los labios.

—ACómo no van á mirarla los hombres si ella los busca, contestó Micaela.

—¡Qué ignorancia, señora! ¿Está usted to- davía creyendo que los hombres van donde los buscan? Si así fuera, no habría marido infiel. ¿No es verdad, mi querido don Vicente; usted que ha sido tan buscado en su tiempo?

—Siempre con tu eterna broma; ya cansas hijo, le observó la suegra.

—Diga usted más bien, querida mamá: «bi- jo, no estamos para bromas».

Ana María, Blena y Carlos hacían esfuer- 208 para no reír, María Luisa no los miraba por no tentarse.

'Y qué me dicen del idilio á tres de la te-