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Página:Duayen Stella.djvu/196

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que tenía forzosamente que precipitar el te- mible desenlace.

Convencido que Alex aspiraba—muy inteli- gente y legítimamente por otra parte —4 ocu» par la posición destinada 4 las mujeres de su talla, y que porlo tanto no se trataba de amores contrariados, ni de persona dada, sino de un propósito perfectamente definido, de 1 problema fríamente resuelto de antemano, pensaba, que ahora, arrojada porla maldad y la torpeza de las otras en una situación sin espera, se jugaría por entero, exponiendo sobre el tapete su espíritu incomparable, sus hechizos de mujer.

Y si no pensaba ella así, si no estaba segura de conseguirlo, ¿qué esperaba para alejarse del círculo odioso que la estrechaba, de la casa inhospitalaria quela rechazaba, del campo de un enemigo implacable, ¿Por qué, si era que no estaba dispuesta á todo, si era que no sen- tía en su ser orgulloso la repugnancia inven- cible de los puestos secundarios, soportaba las humillaciones, las ofensas, en vez de irse 4 enseñar á los niños de otra casa extraña?

Olvidaba á Stella € ignoraba muchas co- sas, este Máximo que creía saberlo todo.

«Porque Alejandra no es humilde, es altiva- mente modesta; no tiene mansedumbre, tiene dulzura imperiosa», se decía, repitiéndose, quese jugaría por entero, ganara quien gana- ra, se llamara Montero y Espinosa, Samuel Montana, Enrique Maura, 6... Y dió wa