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STELLA 191 sentido, recién, 4 palabras que como sonido hueco, llegaran otras veces 4 sus oidos en la voz de sus hermanas. Ellas habían dicho: «Tú eres uno de sus blancos». ¿Y por qué no? ¿no era él el más rico, y el de más alto rango?

Por delante de sus ojos pasó Alejandra en- vuelta en el misterio de su personalidad nue- va y prominente.

Otra visión la suplantó. La visión odiosa de su propia fortuna, enmiga de su dicha, fecunda matriz donde habían germinado sus desconfianzas, sus descreimientos, sus ironías; la madre de su soledad moral. en la sonrisa de la joven Noruega el cálculo, el interés que en las demás. Se abrió una herida más sobre sus viejas cica- trices; tuvo un recrudecimiento de su incura- ble mal de aprensión, y un momento de rabia y de despecho. ¡La rabia de que se preten- diera alinearlo 4 él, con Enrique, Manuelito, Samuel Montana! El despecho latente de que tueran las manos de Alex, las que pretendie- ran colocarlo entre ellos,

Su amor propio de hombre levantándose en grandes oleadas, abogó sus altas faculta- des de apreciación, se encogió de hombros, y volvió 4 su indiferencia, que era ya en El una segunda vaturaleza.

Una mañana que llegaba en su antomóvil 4 lo de sa cuñado, encontróse en el zaguán con la joven que salía. Se fijó que iba vestida con un traje de paño gris obscuro, que su