STELLA 2
« que acababan de hacer los había llenado de « asombro y de espanto».
Cesó la voz de Alex, que enseñaba á los ninos en la playa.
«Sinite parvulos venire ad me», dijo Má- ximo á sus espaldas, apareciendo en medio de ellos. Ya ve, Alex, que en su obsequio saco 4 lucir mi viejo latín.
Había estado en su casa, y allí le habían indicado dónde la encontraría con se familia. menuda, Al aproximarse la oyó, y se detnvo detrás del bosquecillo de pinos para que lo encondiera. Abrió dos ramas, y sus ojos, acostumbrados 4 las visiones artísticas, perci- bieron la más bella.
Sentada sobre el montículo de arena, de <ara al mar, rodeada en semicírculo por sus discípulos, les narraba la grandiosa escena del Tiberiades.
Xo podía ver su rostro, pero habría jurado que estaba claro y abierto como el día.
Stella, en su prisión rodante, apoyaba su mejilla en la mano nacarada, toda entregada al inteligente recogimiento de su espíritu precoz, ¡Allí estaba ella, la dulce predestinada, centro y luz, en toda su gracia conmovedora!
La Perla inmóvil, de pie, se recostaba en el cochecito de su prima, mirando atenta salir las palabras que iban dando forma al cuento maravilloso.
Todos los demás, silenciosos, escuchaban.
Sin respirar, dejaba él beber 4 grandes