2 STELLA sorbos su retina. La misma impresión de fuga- cidad que producía, hacíale el cuadro más precioso, dando á su admiración cierta ansie- dad: la de su próximo desvanecimiento.
— Tiene usted siempre el aire de salir de un escondite 6 de caernos dela luna, le dijo la joven, extendiéndole la mano para que se la estrechara, y para que la ayudara á levantar,
Los niñcs olvidando 4 Jesús por el viejo amigo, corrieron hacia €l y lo asaltaron, dan- do gritos de alegría.
Los pobres, llevados por un instinto de «clase» habíanse juntado un poco retirados, formando una agrupación terrosa y descon- fada, bandada de gorriones que contrastaba con el grupo claro y contento.
Máximo los miró con lástima indiferente, metió la mano al bolsillo, arrojó wn montón de monedas, que brillaron en la arena, y siguió acariciando 4 los suyos.
Ninguno se movía. Alex agachóse y fué levantándolas una por una.
—Estas monedas, dijo dirigiéndose á todos en general, se le han caído á este señor; vamos 4 guardarlas para comprar cosas útiles para Navidad.
—¿Por qué no deja que esos chicuelos reci- ban esa bagatela para comprarse caramelos? le preguntó, sorprendido sobre todo de cierta indignación que veía asomar en ella,
—Recoger, dirá usted, contestóle bajando la voz,