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240 STELLA.

—Esilustre y no tan desconocida; la conoz- co, la conozco á la severa matrona, Suele ella también aparecer, aunque más de tarde en tarde que nosotros dos, viejo Crepúsculo. ¿Pero no encuentra usted, compañera, que con una ¡uexactitud que pierde todos los trenes? ¡Oal ¡qué lejos está esa dama de nues- tra exactitud inglesa!

—But our exactitade is unique! my dear hreind

Una sonrisa iluminó la cara de Máximo, y un alzamiento de cejas le agraudó los ojos.

—¿Amigos entonces, Alex?

, pero todavía solo en inglés, respon-

dió, sacudiendo tres veces, con ma exagera- ción cómica, que imitaba 4 un hijo de la Gran Bretaña, la mano que él le extendía.

—Quiero ir á su escuela, Alex. Quiero aprender allí, si es posible enseñar á los de- más el propio encanto.

Su voz para decir esto se velaba, hacíase más íntima, y dejaba entrever una ternura que iba naciendo. Sus ojos la acariciaban. Pero aunque la acariciaban en la soledad, y en esa bora en que no se está en la luzmi se está en la sombra, su caricia no turbaba 4 la joven, que nada conocía de las cosas del amor, nial hombre vivido que las conocía todas.

—Algo mejor quiero enseñarle, le contestó insistiendo. Es usted escéptico por hábito, més que por convencimiento. Pongámonos en el caso de lo que no es, aunque usted desee