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Página:Duayen Stella.djvu/247

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STELLA 24 que así sea.—¡Oh! ¡qué indiscreta su expre- sión, que me va contando todo lo que va pensando! —Zamballámonos en el océano de sus inconmensarables desgracias. Aun así,

  • ¿por qué dudar de todo? Una inteligencia co-

'mo la suya no puede aceptar el estrecho y egoista pesimismo individual. ¡Ob, no, Má- ximo! hay ¡muchas cosas que merecen fe to- daría en el mundo; muchas cosas todavía en quéercer,

—£Cuál es... Jodíqueme una, una sola, que ilerezca el esfuerzo que necesitaría yO hacerlt,

—Cuíles? El esfuerzo de los otros, por ejemplo. Las grandes ideas, los grandes he- chos, las xrandes hazañas, no son sino obras de fe. Los lantos, los sabios, los conquistado- res, ¿qué són sino hombres que creen? ¡SÍ, Máximo; hombres que creen en su Dios, en su Ciencia 6 in su Estrella!

¿Hace a que me pregunto, por




qué se empeña ksted, Alex, en enseñar á creer 4 un camarada?

—Porque:sí ustid no es mi amigo, esel ami- go de Stella. Por sy bondad con ella; porque por esa hondad, ela habrá conocido, en sa rápido y luminoso pasaje por la tierra, la perfecta dicha que conoció á su edad su her- maual—Su voz era el trémolo de un violin ca las manos de un maestto.—Sí, Máximo; yo desearía guiar su pequeña mano hasta iarancar de raiz esa envidia de su pecho,