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pira, y enla que entra á veces el contento. ¡Es que aquí mora la fel—exclamó golpeán- dose el pecho, como lo había hecho El hacía unque sé que es altanero, porque siento, en fin, por usted, una gran compasión.
Acertaba. Alzó él, soberbio, la cabeza para preguutar con orgullosa extrañeza:
—¿Compasión por mí?
—Sí, una inmensa compasión por usted, Máximo, á quien los otros envidian, pero que envidia á los otros... Sí, sí por usted; por usted mismo, señor Máximo Quiroz! terminó, haciéndole nna reverencia con toda su coquetería, que era toda su gracis.
Sentiase él irritado, despecbado y encan- tado. Comparábase entre aquella bulliciosa infancia y aquella radiante juventud, á un huesped taciturno y sombrío en un hanguete nupcial. De pronto se enterneció Toa haciéndose en él una lenta evolución de sensibilidad, que aun no percibía,
No percibía ella tampoco, sa obra de invo- Juntaria seducción.
—¡Chist! dijo poniéndose ei dedo sobre los labios. Habla su maestra. Escuche, escuche la lección de Stella.
—¡No, no hagan wal á esas Incecitas que el Señor.manda 4 la tiersa para alumbrar 4 los pobres caminantes! imploraba la niña como una alondra..... ¡No, no les hagan daño, no las aprisionen! Son almas chiqui-
un instante.